Aquí me hallo, domingo del Romero por la mañana a medio vestir de flamenco...
No puede ser, Santa Cruz, es imposible. Sabes que contigo me tomo la suficiente confianza pero esta vez ya te vale. Dime, Cruz mía, ¿de dónde sacas ese frasco de las esencias que, una vez más, haces que me sorprendas y emociones con la misma frescura e impresión como si te viera por vez primera?. Iluso de mí, que ya creía que me había acostumbrado a ti. Nada, ni mi inmerecida cercanía a ti, ni la indignidad de mis manos que tienen el atrevimiento de participar en la preparación de tus cosas, nada... No sé cómo lo haces, y mira que intento hacerme el fuerte, pero no puede ser. Contigo hemos topado.
Ayer me volviste a coger a traición, fue en tu salida de la Iglesia. Ni en el mejor de los sueños, ni en el mejor de los lienzos de los mejores pintores de la Historia del Arte, ni el mismo Juan Ramón hubiera podido encontrar la palabra adecuada (que ya es decir). Toda una sinfonía de luces y colores en torno a ti, Cruz Bendita de mis mayores. Una de las salidas de la Iglesia más bellas y hermosas que recuerdo (ya es difícil). La luz tenue del atardecer, la plata en contraste con los tonos dorados, rojizos y ocres del paso proporcionados por tu sangre y oro y esas flores que por más frenesí que levantaron, no dejan de ser un mero adorno... No sé, la verdad, cual de estos elementos pudo ser el culpable de que el tiempo y el espacio perdieran su ser por unos instantes.
Hay que ver lo que eres capaz, tú sola, de provocar...
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