Sea mil veces santificada tu advocación, pues de ella depende el sustento de nuestro pueblo; como santas son las manos que te bordaron.
No anhelamos más reino que tu reino.
Hágase siempre tu voluntad, aunque no siempre coincida con la nuestra... y ahí radica nuestra valentía, en aceptarla.
Que el pan, fruto del sacrificio de nuestra gente, nunca nos falte. Que el líquido salvífico en tu cuerpo derramado alimente nuestras ansias de trascender a lo mundano.
Perdona a quiénes te ofenden, seguro que no saben lo que hacen. Por mi parte, y siguiendo tu estilo, prometo plantar rosas cuando otros siembren espinos.
Y no nos dejes caer en la tentación de usarte para otro fin distinto a tu mayor honor, honra y gloria.
Amén.
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