sábado, 20 de noviembre de 2010

Sentí tu llamada.

               Hay que ver, Remedios, la que me tenías guardada. Qué bien te lo habías planeado. Veo que, al igual que yo, no te resignaste a que nuestra despedida, allá por septiembre, fuese tan fría. Me querías a tu lado y no has parado hasta que no lo has conseguido, si te conoceré yo (aunque, por supuesto, no tanto como tú a mí). Cómo has hecho que todo se rodeara para que sin mediar nada ni nadie, tú y yo solos tuviéramos este encuentro, breve, pero intenso.

               Hacía días que un buen amigo, tan cofrade sevillano como crucero de sangre y oro, me había informado de que hoy, viernes 19 de noviembre, había Jornada de puertas abiertas en el IAPH. Ayer, dieciocho y lejos de lo que cabía esperar, me dicen que hoy hay descanso laboral… no me cabía ninguna duda, me estabas llamando y sería muy ingrato de mi parte no ir a verte.

               Una inmensa cola aguardaba a las puertas del Monasterio de la Cartuja de Sevilla, sede del Instituto Andaluz de Patrimonio. En grupos de veinte íbamos accediendo a los distintos departamentos. Todo impresionante. Aunque hacía más de doce años que no pisaba aquello desde la última vez que estuviste allí, sí iba recordando los distintos rincones que me hacían intuir dónde te encontrabas. Juro que sentí el corazón salirse del pecho a pocos metros de la gran nave donde te estaban interviniendo.

               Y allí estabas, belleza entre las bellezas, haciéndome ver, una vez más, que sin nada es como mejor luces tu lozanía gótico-renacentista. Una buena mujer (doy por hecho lo de buena puesto que al estar en contacto contigo no puede ser de otra forma), con mascarilla y guantes, iba reintegrando minuciosamente la policromía de los roces que los pendientes hacen en tus divinas mejillas. Entre tanto academicismo como me rodeaba en el grupo con que asistía, comencé a musitar un Avemaría que fui incapaz de terminar… no importa, ya habrá tiempo en tu ermita cuando estés de nuevo con nosotros.

               Tuve temor de que, al verte en aquel contexto, te pudiera sentir sólo como una mera escultura. Puedo decir rotundamente que no. Te pongas donde te pongas y como te pongas, eres viva imagen de la Madre de Dios. Me convenzo de que puedes con todo lo que te echen. Tienes alma. ¿Son conscientes los que allí se hallan contigo de lo que tienen entre manos? Me gustaría pensar que no sólo tienen una escultura de finales del siglo XV, si no un trocito de cada uno de nosotros. Que allí, entre batas blancas, bolsas de gas inerte, pinzas, disolventes y pigmentos está la historia de un pueblo, allí están miles de historias personales, desde las de Pedro de la Cruz, las de los que vivieron el Terremoto de Lisboa, las de mis abuelos, las de mis padres, las mías… Qué difícil me fue pasar como uno más, como si no nos conociéramos de nada. Qué ironía ¿verdad?

               Después de verte, esta semana que resta para que vuelvas a tu pueblo seguro que me parecerá un siglo.

               Por cierto, ya por la tarde, estuve de capilleo con mi amigo Rafa. Sin duda fue todo un honor haber podido conocer en persona a un ser excepcional.

No hay comentarios:

Publicar un comentario