lunes, 25 de abril de 2011

RESURRECCIÓN.


               Este Domingo de Resurrección ha sido de más Resurrección todavía. Y no sólo porque, por este año, se haya celebrado este acto que dicen íntimo, en este glorioso día; ni porque, un año más, las previsiones de la Hermandad se hayan visto desbordadas y retrasándose unos minutos tu subida al paso dada la ingente cola que se formó para besar el Rostro de Cristo... simplemente es porque allá donde tú estés, hay una Resurrección renovada.

               Esta mañana me lo decía una crucera con ese gracejo propio del terruño: “El Señor empezó a resucitar anoche en la Iglesia… y ha resucitado del todo aquí en el portal”. Y yo, mi Coloraita, qué quieres que te diga… Resultará un ripio… me da igual, pero es inefable lo que siento después de verte recién entronizada en tu rosal de plata, qué caramba, cada vez que te miro, simplemente. Te lo he dicho en el boletín de tu Hermandad, es muy fácil quererte, nos tienes muy mal acostumbrados… somos como esos niños mal criados que por muy poco reciben tanto –todo- a cambio, sin mayor esfuerzo. Qué fácil nos lo pones, me repito una y otra vez. Tanto es así que, a veces, cualquier cosa de más que se organice en tu honor ya se me antoja un abuso de poder. Como el perfume caro, que con sólo dos gotitas es más que suficiente para embriagarse. No puedo decir nada más. Este sentimiento lo quiero para mi disfrute particular.

               ¿Cómo explicar lo que no tiene explicación? Ocurre como los pregones, un género que cada vez me va gustando menos (a no ser que sea como el de Barbeito)… Nunca digo de este agua no beberé, pero si alguna vez me veo abocado a hacer alguno (cosa que dudo, con lo incómodo que resulto a veces) no creo que sea al uso. Eso de decir lo que ya el respetable está predispuesto a escuchar y enfervorizar a unas masas ya de por sí enfervorizadas… no entra dentro de mis planteamientos, al menos de momento. ¿Hay algo más ramplón y ridículo que una obra de arte con instrucciones de comprensión, o que un artista intente explicar lo que ha querido expresar con su obra?

               Recuerdo a mi madre hace ya bastantes años, que llegó a casa con la cara del mismo Moisés recién bajado del monte Sinaí; sólo porque, al pasar por la calle Cruz camino de la peluquería, atisbó la sombra de los gallos de tu arco a través del postigo entornado de tu capilla, porque te estaban preparando para subirte al paso (cuando se hacía a puerta cerrada). Cuando llegó a casa sólo pudo articular “¡Ay, Enrique, lo que acabo de ver!, ¡ay, qué cosa más divina!”. ¿Acaso le hizo falta decir más para hacérmelo saber y sentir?

               O aquella vez que llevamos a mi abuela Josefa (q.e.p.d.) a verte a tu capilla, aún con el luto de su marido, mi abuelo, y sólo adivinarte desde los umbrales exclamó “¡Ay Santa Cruz Bendita!, ¿quién puede ponerte pegas?”, “Te conoció mi abuela, mi madre y ahora yo con ochenta y tantos años... Y tú cada vez más bonita”. Esas pocas palabras transmitían más que pregones enteros que pudieran hacerse en tu honor. En sus últimos años le sobraba con intuir el rurún de las bandas de música, el tronar de los cohetes, el cascabeleo de las manolas…. Y para ello vestía sus mejores galas y se sentaba detrás de la puerta…. Con eso le era suficiente. Con qué satisfacción se marchó eternamente a tu lado y sólo porque días antes pasaron todas las bandas por su calle y le volvieron el Simpecado, aquel año portado a caballo.

               ¿Acaso necesitaba mi abuelo Enrique (q.e.p.d.) componer un soneto cuando veía venir el Romero desde su puerta? La satisfacción más grande jamás sentida por él era ver entrar por el “Prao” el Romero de la Cruz, su Cruz, su Coloraita. Y si ya veía a sus nietos en él… eso era el acabose. Ver llegar la banda de tamboriles, las insignias, los caballos, su carroza con sus bueyes, la banda de música (con que supiera tocar el romerito le bastaba)…y la larga fila de enganches… le recargaba las pilas para el resto del año: -“¡Ahí viene eso!”, “¡anda que no!”. A santo de qué tanta ceremonia para expresar esa inefable alegría e infinita satisfacción.

               Pues así estoy yo hoy, Cruz Bendita, sin poder articular palabra. Tú sabes de sobra lo que siento… con eso me basta.


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