sábado, 10 de septiembre de 2011

"El goma"

               Y mira que se empeñaban en decirnos “¡¡¡Niñoooss!!!, ¡¡¡¡El goma noooo, se dice LA gomaaaa!!!!


               Como muchas veces digo, cada época del año trae un aroma distinto. Para mí, el de septiembre no es ninguno que tenga que ver con creencias religiosas, ni con costumbres ancestrales del terruño, ni nada parecido. Septiembre me huele a madera de lápiz nuevo, a borrador MILAN recién estrenado, a cuaderno de dos rayas en blanco, a tinta de libro nuevo…

               A noches de víspera del primer día de clase subiéndome por las paredes de puro nervio, a Colacao mañanero, que no sé por qué ese día siempre me lo servían hirviendo, cuando me había llevado todo el verano tomándomelo frío (como, por otra parte, más me gusta), a reencuentros por los pasillos, a “¿cómo será el profe?” a… muchas cosas que las llevo grabadas a fuego.

               Hace casi un año decía que recuerdo el colegio como un lugar donde me lo pasaba bomba. No puedo decir lo mismo del Instituto. Jamás comprendí qué era eso de exámenes “de recuperación” o qué diantres era lo que se recuperaba… De cualquier forma siempre me he movido en eso tan recurrente del “Tienes capacidad para más, pero no estás motivado”… como si la falta de motivación fuera congénita. Siempre he tenido una extraña habilidad para con los distintos profesores que han tenido la dicha o desdicha de tenerme como alumno. Los niños y adolescentes no tienen un pelo de tontos (al menos, no teníamos) y notábamos –yo notaba- a leguas cuándo un “profe” sentía en el fondo de su alma lo que estaba impartiendo o cuando lo hacía por mero “cobrar a fin de mes” (verídico). Siempre he sacado las mejores notas con los docentes “cañeros”, los duros, los temidos por los alumnos… los que nos hacían temblar nada más se dejaban ver venir por el pasillo. No me pasaba lo mismo con los “chichibailes”, esos que traían de calle a las niñas (o a los niños cuando eran profesoras)… no saben cuánto me repateaban los bajos fondos el que resolvieran las sesiones con un “Haced un resumen del tema y las actividades de la página 24… mañana las corregimos”… yo, automáticamente, pasaba tres kilos. Eso sí… qué supermegaultraguays eran… que no hacían de sus clases un plomo y que nos iban a aprobar a todos… menos a mí. Recuerdo una vez que tuve la osadía de corregir a uno de esos mientras “explicaba”, jamás me lo perdonó y me las hizo pasar canutas hasta casi hasta última hora.

               Con el tiempo y una caña (más ahora que creo conocer algo del engranaje interno) me fui dando cuenta de demasiadas cosas en esto de la docencia. El respeto (entiéndase la estima alumno-profesor) es algo que se debe ganar, no nos viene dado porque sí. Muchas veces pienso que los docentes no sabemos de verdad lo que tenemos entre manos. Es algo demasiado serio como para tomarlo a la ligera. Una vez le dije a mi padre que ser agricultor era de lo más bonito, pues se trataba de cultivar la materia prima, base de la economía y a la que debemos el nacimiento de la cultura y la civilización. Él me dijo –más bonito es ser maestro, porque cultiváis a personas-. Me dejó noqueado. Eso me enseñó más que sesiones enteras de Epistemología de la Educación.

               Sobre mi vida en el instituto puedo escribir un libro… de momento lo escrito es nada. Entradas de blog suficientes habrá para ello. No se pierdan el próximo capítulo…

1 comentario:

  1. Dios mío...
    Claro que sí... "El goma", el olor a viruta y las minas de colores trituradas con las que teñíamos los chicles blancos. Qué diría hoy sanidad... A ninguno nos pasó nada...

    ResponderEliminar