domingo, 30 de octubre de 2011

Tosantos.

               Siempre que llegan estas fechas próximas a “Tosantos”, suelo experimentar una serie de sensaciones contrapuestas. No sé si será el cambio de tiempo (menos mal que ya se puede decir que está aquí el otoño… se hace de rogar cada vez más), el cambio horario o, simplemente, las connotaciones que mi historia vital ha ido grabando en mi percepción de las cosas. No sé, la verdad. Digo contrapuestas porque cada año las experimento en función de mi contexto emocional: Hay años en que se me antoja y deseo fervientemente la candorosa melancolía de estos días en los que la luz se vuelve en estado sólido; otros, la excesiva mohína me pone, anímicamente, a los mismos pies de los caballos.


               Este año, de momento, afronto estos días con una rara mescolanza. Por un lado, estar liado con las cosas de la Cruz en esta época (nunca he dejado de estarlo, pero no con la intensidad de este año. Ya sabrán por qué…), me hace parecer estar en el mes de abril, si bien, también con sus flores y espinas pues hace días despedíamos a una crucera que me quería con delirio y ya pueden imaginar sobre qué tema fue nuestra última conversación; y, por otro lado, el recuerdo de una persona, mi abuelo, que nos dejó tal día como el de pasado mañana de hace exactamente veinte años. Sí, el jueves 31 de octubre de 1991, como para olvidarlo…

               Y es que esta tarde, hace sólo un rato, preparando las jarras para los nichos (no es algo que me entusiasme demasiado hacer… pero bueno)… se me vino a caer y estrellarse, precisamente, la del de mi abuelo. Me ha servido para que, de sopetón, se nos viniera a la mente su recuerdo. El de un hombre humilde, trabajador, sencillo, siempre en segundo plano, prudente, libre de prejuicios y, como se dice actualmente, a su bola… nunca se privó de placeres (los que su tiempo y circunstancia le permitían), pero siempre estaba ahí cuando hacía falta y cumpliendo como el primero. Supo administrar bien su libertad sin coartar la de los demás. Sí, querido abuelo, esa fue tu enseñanza póstuma en mi persona, a la que tantas veces he tenido que recurrir en mi vida.

               Te fuiste aquella mañana, de aquel día que ya me tocaba ir al colegio, porque llevaba una semana en cama por rotura fibrilar en el abdomen y, además, por la tarde tenía examen de Sociales. Fui a despedirme de ti, como cada mañana, y fui testigo de tu partida. Aquello, a las puertas de la adolescencia y en las especiales circunstancias que estábamos viviendo, me marcó sobremanera. Hoy, veinte años después, me ha venido el recuerdo con una viveza que hacía tiempo que no sentía. Me van a perdonar –seguro que sí- mis otros familiares difuntos, pero hoy mi homenaje va para ti, titulando esta entrada con el nombre de la que decías ser tu fiesta favorita: El día de “Tosantos”. También fue casualidad que en dicho día pasaras a formar parte de la tierra de la que todos, antes o después, también lo haremos.

1 comentario:

  1. Una Cruz con sus geranios, los que heredé de su casa, sin aditamentos ni cintas para no ensuciar, marqué el día uno sobre la tierra donde hice regresar los restos de mis padres. Luego di un paseo sobre ella y agradecí al Cielo el habérmelos regalado...

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