jueves, 22 de diciembre de 2011

Se me olvidó dar las gracias.

               Así fue, un gesto tan sencillo como el agradecimiento.


               No sé qué tiene el 18 de diciembre que es como el hijo que viene con un pan bajo el brazo. Cada año, día tan grande viene acompañado de gratas sorpresas; ignoro si fruto de la casualidad o porque esta Madre es mucha Madre y aprovecha su día para derramar, aún más, su Remedio en forma de dádivas para sus hijos.

               Este año me ha obsequiado con dos: el primero, volver a mis años en que fui su indigno prioste aunque sólo sea para ayudar al florista durante unas escasas horas; el segundo, volver también a mis años de escolar en el “Azorín” compartiendo unas “birras” con mi dilecto maestro de Ingles, José Joaquín. Y me vas a permitir que te llame maestro y no profesor… ya sabes que lo primero abarca algo más que lo meramente académico.

               Y, ¿cómo no?, la Cruz en medio de todo. La Cruz como compañera de lo humano y de lo divino, la Cruz como mástil que arranca desde lo más rastrero del suelo a lo más luminoso del cielo… la Cruz… siempre la Cruz. ¡Bendita sea! Nuestra tradición crucera pasada por una criba, limpia de impurezas. Un diamante con impurezas, pero diamante al fin y al cabo. Impurezas de los que quieren utilizarlas para lo que no fueron creadas, impurezas de los que las manchan en afán de elevar la tontería a la categoría de arte, impurezas de los que llenan con Ellas su corazón de odio y rencor, impurezas de los que gustan de poner mordazas sin entender que no hay oficialidad en la forma de amarlas… nuestro diamante limpio de impurezas ¡qué delicia¡ Nuestras “cruces”… ahora tengo más razones para no transigir con quienes las prejuzgan.

               El alma crucera necesita, de vez en cuando, que se oxigene compartiendo emociones y esencias del otro color. Es bueno y sano hablar con lenguaje de hombres de las cosas de los hombres (¿dónde habré leído yo eso?). Adiós a las torres de Babel, a los becerros de oro, a los castillos en el aire… Nuestras cruces somos nosotros mismos, con nuestras miserias y fulgores. Igual que Jesús eligió a pecadores, personas imperfectas, para que le amaran incondicionalmente, así nuestras cruces viven y perviven a pesar de los avatares. Amigo José Joaquín, cuánto de sí pueden dar las palabras que entrecruzamos y que también compartió tu hijo, tocayo mío, al que ya considero un amigo. Conversaciones de ese nivel hacen mucha falta y harían mucho bien en nuestro pueblo.

               Sólo hubo una cosa que me dejó con algo de reconcomia… ¡mecachis!, se me olvidó darte las gracias por la convidá.

1 comentario:

  1. Emoción y vergüenza. Lo uno bien puedes imaginarte por qué. Amen a la literalidad completa de tus palabras. Lo segundo por haber dejado pasar casi un mes sin acercarme por Cera Roja. Ahora mismo me suscribo para que no vuelva a pasar. Un abrazo. JJ.

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