viernes, 6 de agosto de 2010

La Cruz

No podía empezar a hablar en mi blog si no la nombraba a Ella. Para los villarraseros la Cruz no es algo, si no alguien. Yo no podría describir lo que siento por Ella, sería casi tanto como querer explicar mi propio yo. Por eso, transcribo un artículo de D. Juan Antonio Cabrera (ex Alcalde de Villarrasa) y que publicó en el primer número del Boletín "Santa Cruz del Campo" de mayo de 1999

"Bendita ilusión tu Cruz, madre. Bendita ilusión tus vivencias para con ella, madre, y bendita ilusión la que tú pariste para conmigo, madre: el amor a la Cruz


Hijo mío, esa es tu Cruz. Tu Cruz tiene don, tiene pretérito, presente y futuro, tiene color, tiene naturaleza, tiene vida y tiene la fe de los que la levantan, de los que la vitorean, de los que la pasean y de los que la guardan.


Hijo mío, esa es la Cruz que yo quiero. Esa es la Cruz que yo quiero que tú quieras. Esa Cruz, hijo mío, perdona, esa Cruz nos cura, esa Cruz nos une, esa Cruz nos divierte y esa Cruz nos disgusta a veces.


Pero hijo mío, con esa Cruz me siento rica, porque por ser pobre conocí el lujo que supone dar para Ella.


Hijo mío, da como yo, porque si me sobrara no sería sacrificio, y la Cruz es sacrificio. La Cruz es compartir. Si me sobrara no sería lujo, y la Cruz tiene que ser lujo, pero de los que dan todo lo que tienen, por eso es de todos; la Cruz no es de nadie, no tiene propietario, no tiene escrituras, no tiene papeles.


Madre, ¿Qué tiene la Cruz?, ¿por qué nos mueve la Cruz?, ¿por qué año tras año la Cruz? Por eso, hijo mío, porque año tras año, la Cruz cuando sale a la calle, salen los vivas de mis padres y salen las alegrías, las diversiones de mis padres, y salen también las muertes de mis padres. Por eso, hijo mío, me divierto y lloro ante la Cruz, por eso doy para la Cruz, por eso quiero a la Cruz, por eso perdono ante la Cruz y por eso, pido perdón a la Cruz. Porque la Cruz tiene la sangre y la esperanza, el sacrificio y el perdón, tiene la alegría y la tristeza, la Cruz, en definitiva, tiene LOS SENTIMIENTOS. Eso tiene la Cruz, hijo mío, por eso nos mueve y por eso la queremos todos los años en su capilla, en la calle y en nuestra casa.


Hijo mío, no confundas el odio con la rivalidad. La Cruz tiene unos sentimientos unidos a un color, a unas vivencias, a un lugar, a familias, a alegrías y a tristezas, a sudores y lágrimas. El odio daña el corazón y el corazón hay que utilizarlo para el perdón, para que la Cruz sea en puerto de amistad, puerto al que queremos llegar a compartir lo que tiene y lo que nos mueve. La rivalidad es un juego en el que entramos por un color u otro, por un número u otro, no tiene más trascendencia que eso: un juego.


La Cruz es… y diciéndome esto, mi madre se marchó. Dejó la casa limpia, blanqueada, mis zahones colgados en la percha, el traje planchado, la medalla y el sombrero en la silla, los cohetes en el rincón, las carnes y vinos preparados, los rosquitos pendientes de azucarar, los pestiños junto a la miel, mi vara plateada, su silla de ruedas con las gomas infladas, su collar, su pintalabios en la peinadora, su vestido y sus medias nuevas en la mesita de noche…el paraguas lo guardó días antes sobre el ropero, ya había preparado su cocina, abierto sus puertas, y la lista de amigos para avisarles que llegaba el día de la Cruz.


Y llegó el día de la Cruz que ella quería y de la que quería que yo quisiera. La Cruz de sus músicas, la Cruz de sus cohetes, de sus bueyes…la Cruz de sus hermanas, de sus padres, de sus primos, tíos, sobrinos…la Cruz de su arco nuevo, la Cruz de su “Virgencita”, la Cruz de su Rosario…y el coro de su Cruz. Y llegó el día de la Cruz que ella respetaba pero era la Cruz de su ángel de su guarda, la Cruz del otro color, la Cruz de los otros sentimientos, la Cruz del otro perdón, la Cruz del cariño compartido por sus nietos, la otra Cruz que le regaló también parte de su naturaleza con majestuoso y blanco gladiolo, que colocado junto al otro rojo y esbelto, simbolizaron la sangre y el agua, el sacrificio y la alegria, el amor de una madre y la inocencia de un niño.


Y ese día y el otro día, su Cruz y la otra Cruz…ella tendida, sin mirar mirando al vacío, con su mano enredada entre el blanco y el rojo filo bordado de la sábana que la cubría hasta el pecho, permanecía inmóvil, sin compartir el son de la marcha procesional que llevaba la Cruz…del tamboril de la mañana en las alegres dianas que apetece aún más con el aguardientillo, del claquear de las herraduras de los caballos que tanto la ilusionaban, de los vítores a la Cruz que salían del alma, del fino y alegre soniquetillo de las campanillas de los charrés; seguía ajena a su Cruz y a la otra Cruz, indiferente a que su carrito cogiese polvo y telarañas, a que no compartiésemos sus rosquitos y pestiños, sus croquetas y esa gran alegría que por la Cruz transmitía a todos; a su lujo de dar porque era pobre pero la más rica en corazón porque perdonó y amó; ajena al ruidoso toque del tambor de su nieto que a su cuarto se le acercaba y con media lengüilla le cantaba: "abuelita, ya está el Romerito en la calle, en Piñón, San Vicente y la Aparición..." intentando dar la rima al menos de lo que cariñosamente le enseñó, y su nieto nos decía que abuelita no le contestaba riéndose como en otras ocasiones. 


Ajena a sus antiguas locuras de juventud cuando sobre el fondo de la calle, con luz tenue, bajo el horizonte de estrellas veía acercarse su Cruz, y repetía una y otra vez: ¡Hijo mío, qué bonita viene, qué bonita viene, VIVA LA CRUZ!


Quiérela como la quiero yo, que esa es la Cruz que yo quiero que quieras tú.


Para mi madre, sin más palabras, con la garganta estrecha y los ojos cual manantial del que afloran sus sentimientos, que son los míos, hasta el abrazo definitivo, va por ti".

Juan Antonio Cabrera Ruiz, junio de 1997.

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