martes, 15 de febrero de 2011

El grano de mostaza: LA CRUZ







                No he podido encontrar mejor fecha que hoy, aniversario de cuando mi madre me dio a luz, para hablar expresamente de ti en mi blog; no he podido, ni he sabido aguantar más, Santa Cruz del Campo, tu Gitanillo ya no cabe dentro de sí. Estos meses que me restan para que llegue el tuyo se me antojan parecidos a cuando, de pequeño, atisbaba desde la plaza tu impoluta capilla de nácar y, a la altura de las “cuatro esquinas”, ya no podía evitar echar una carrera hasta tus mismos umbrales. No podía esperar ni quince segundos más que tardaría andando de manera normal, no, sentía una atracción tan irrefrenable que, ya digo, me soltaba de las manos de mis padres y siempre acababa llegando a tus plantas con la lengua fuera y sudoroso. Y allí estabas tú. Me colmabas, tu sola, de felicidad y alegría… con eso me era más que suficiente.


               Qué coro de arcángeles no cantaría cuando aquella monja en opinión de santa, después de darte la última puntada, diría “ahí queda eso”. Quizás no sabía -¿o si?- que “eso” que acababa de bordar fuera tan grande para nosotros, al menos para mí. Siempre me he querido imaginar aquella primera y única vez que llegaste a Villarrasa. Las caras de tus primeros devotos cuando contemplaron tus primigenios brillos, el candoroso carmesí de tu terciopelo, el brillante rutilar de tus mostacillas contrastando con el amarillo hilo de oro y los reflejos de tus pedrerías… ¿qué pensarían?, ¿qué dirían?, ¿qué harían? Supongo que al igual que tú, hay gestos que perduran con el tiempo y se me antojan parecidos a los que se pueden ver en tus actuales devotos cuando apareces, cada mes de abril, como una Resurrección renovada.

               Me consta el nombre de mi tatarabuela paterna (abuela de mi abuela) que ya aparece en los antiguos documentos de tu Hermandad, que es la mía, en el siglo XIX; cuando las mujeres no tenían ni voz ni voto en nada… excepto aquí, a tu lado. Y allí, en un acta notarial, reza mi remota progenitora al lado de míticos cruceros como Dª. María Luna, D. Manuel Muñiz, D. Pedro Ramos el Canónigo, entre una treintena. Y tú, ya estabas presente en sus desvelos.

              Me cuentan que aquella camarista tuya, la que hacía los santos, en los primeros años del siglo XX, cuando estaba en la capilla poniendo la Cruz en el aire, llamaba a las niñas (madres de hoy ancianos) que jugaban en la calle para que les trajeran a su niño recién nacido, porque ya tocaba darle el alimento materno. Y allí estabas tú, testigo de cómo se transmite tu devoción de padres a hijos, que luego fueron padres, abuelos y bisabuelos.
              Me cuentan que mi bisabuela materna, con escobilla, cal y añil, te pintaba cada año un cielo nuevo en tu antigua capilla, entre puntas góticas, placas neomudéjares y cabezas de querubines. Y cómo se sentaba junto a las demás abuelas de la Cruz en el portal delantero de tu capilla, con mi madre en su regazo, a vigilar a los jóvenes de entonces que bailaban en el terregal que se formaba en la calle Cruz. Y allí seguías estando tú.

              Me cuentan que mi tía abuela fue Hermana “Mayora” en el dificilísimo año 1940. Quienes saben la situación política, económica y social de nuestro país en aquellos años y del daño que algunos te quisieron hacer jugando a la confusión de la política con los sentimientos, se dará cuenta de la odisea que supuso organizar unas fiestas que aún hoy se recuerdan. Y, por supuesto, tú, la protagonista.

               Me cuentan cómo tus cruceras “burlaban” el luto, cuando lo tenían (rigurosísimo entonces) y, de madrugada para que nadie las vieran, llegaban a ti para limpiar enseres, repasar con pan de oro los perfiles de tus bóvedas, recortar baldosas de papel, etc… Y tú, presente, siempre.

               Me cuentan cuando los hombres iban, espuertas en ristre, de casa en casa recogiendo trigo, y cómo algunos reservaban en sus fincas una porción para sembrarla a tu beneficio. Y tú, hasta en eso, haciendo honor a tu nombre.

               Me cuentan… me cuentan muchas cosas, pero, Santa Cruz bendita, si te digo la verdad, me sobra y basta con lo que llevo vivido contigo estos casi 32 años de vida. Y sabes tan bien como yo de qué forma nos vimos la vez primera, tanto que muchos ni se lo imaginan (ya habrá tiempo de contarlo). Cruz que representa la Sangre y la Gloria de Dios hecho hombre, pero también hecha de sangre, sudor y lágrimas de tantos y tantos cruceros, y en ese sacrificio hallaron también su gloria.

               Porque, como diría Caro Romero a su Macarena, pasó un siglo y vino otro, y allí estabas tú. Pasaron guerras y revoluciones, y allí estabas tú. Sucumbieron, se reorganizaron y se crearon nuevas Hermandades, y allí estabas tú. Pasaron modas y vinieron otras, y ahí sigues tú. Hubo tiempos de prosperidad y otros de carestía, y tú seguías ahí. Hubo oscuridades y vinieron luces nuevas, y tú siempre en medio de nosotros. ¡Oh, Coloraita del alma!, de todos los granos de mostaza que darse puedan, tú, para mí, te llevas la corona.

               Y es que, Cruz bendita, como al hablar de ti me vacío, pues mis entendederas son insuficientes para abarcarte y se me obnubilan los sentidos, hago mío unos versos de García Barbeito y, en mi torpeza, los adapto a ti:

Yo no digo que tú seas
lo mejor del mundo entero,
sólo digo que sin ti
el mundo se me hace infierno.
Yo no digo que tú seas
de la luz el paladín,
sólo digo que te nombro
y la luz dice: -“¿Es a mí?”
Dios me libre si alardeo
de riquezas que atesoras,
sólo digo que sabemos
que contigo ya nos sobra.
Yo no digo que tú seas
un ascua de amor eterno,
sólo digo: quién te mira
ya sabe lo que es el Cielo.


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