domingo, 6 de marzo de 2011

¿Qué ha sido de tí?

               Hubo una época en que fuiste el centro neurálgico de mi pueblo. No había cosa que aconteciera en él que no te hiciera testigo mudo. Llegaste a ser absoluta, dueña y señora. Hace ya unos ocho años que no sé nada de ti. Qué engreída se volvió tu Villarrasa con ese querer llenarlo todo de mármol, quizás así pensaría dormir tranquila como si con eso tapara todas sus vergüenzas. Pero, sobre todo, qué desagradecida fue contigo. En otros lares, a seres como tú, lo elevan a la categoría de monumento intocable… se ve que aquí no.


               Ante tu enhiesta figura pasaban ferias, procesiones, mercadillos, carnavales, teatros, romeritos, noviazgos, peleas, encuentros, desencuentros… aquellos pequeños (hoy adultos) que, subidos a tu peana, no paraban /mos de darte vueltas y más vueltas con la mano en una de tus macollas, desgastada y resbaladiza de tanto refregón generación tras generación.

               Las mismas generaciones que jugábamos al calambre o a la corriente. Sí, fíjate que distracción… cogernos por los antebrazos una fila de amigos, uno te tocaba la cajita de conexiones y el que se situaba en el otro extremo posaba su palma en el suelo y… ¡allá iba zurriagazo! Lo mismo servías como mástil maestro para soportar alumbrados de feria, que como caballete para pantallas de cines de verano... a tí iban todos los vientos y tanzas habidos y por haber para cualquier cosa que a tus vecinos se nos antojara en cada momento.

               Pero… no sé qué clase de maldición te llegaron a echar en tus últimos años, sin merecerlo. Te quitaron los “floripondios” de tu corona (no, si aquí… cuando nos ponemos también en plan minimalista…), en cambio, te encasquetaron semejante mazacote en lo alto que no te pegaba ni con loctite. Por narices tenías que hacer juego con cuatro gigantas de serie (sí, morrocotudas todo lo que se quiera, pero de la misma serie fernandina multiplicada hasta el infinito en todos los lugares) que te pusieron alrededor, sustituyendo a unas anteriores que recuerdo sumamente endebles. Una vez más tu pueblo se dejó llevar por el espejismo de lo vistoso y obvió tu elegante labor de forja.

               Qué lástima me da pensar a dónde habrás podido ir a parar (conociéndonos…). Cuánto me desagradaría pensar que después de tanta luz como has regalado a Villarrasa, hayas acabado abandonada en algún almacén, en el mejor de los casos; o directamente desguazada en el peor. Ahora que se están construyendo nuevos rincones en tu Villarrasa, sería precioso que, si quedara algo de ti, volvieras otra vez a ser testigo de nuestras vidas y de las de las nuevas generaciones de villarraseros. Ahora, eso sí, con tus caireles de forja y tus faroles recolgando. El "candelabro" que a todos nos congregaba bajo su luz.

               ¡Qué cosas! Cómo el ser humano puede sentir tanto apego por objetos inanimados.

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