miércoles, 3 de agosto de 2011

Agosto.

               Azorín afirmó, en su descripción del naranjal valenciano, que el alba tiene más encanto que la aurora. En el alba se sugiere la luz, en la aurora se muestra ya casi plena. Con el mes de agosto ocurre casi lo mismo… digamos que es con respecto al invierno, lo que febrero con respecto al verano: Sigue presentando persistentemente los rigores propios de la estación… pero ya se empieza a intuir los rasgos de la próxima. Cabe pues, en estos meses más que en otros, el concepto de esperanza de algo que ha de venir. Villarrasa siempre ha vivido su agosto como el latido de un corazón: la sístole en la primera quincena y la diástole en la segunda. Tan luminoso como melancólico, tan tórrido como fresco, tan solemne como cotidiano, tan cercano como señorial, tan como Ella…


               Y tan como Ella, porque todo en agosto sabe a Ella, a Remedios. En torno a Ella se dispone este singular mes. Nada que ver la luminosidad de sus primeros quince días, con la decadente luz que precede a septiembre… o será percepción mía. El caso es que Villarrasa siempre ha guardado un traje especial para cada ocasión. Jamás ha necesitado de convocatorias ni programas para saber cuándo son sus citas importantes. La sinfonía de luces, colores y matices de cada época, a la par de recordar que ya se acercan los días grandes, ponen el escenario y el ambiente precisos a cada celebración. Al respecto me suelen decir que soy de los antiguos y razones no les faltan… me gusta cada cosa en su lugar y tiempo. Ahora es agosto, y con él, la Virgen… y ya se sabe que el villarrasero, cuando dice “la Virgen” a secas, no piensa en otra más que en la de los Remedios, su Madre y Patrona.

               ¿Habrá algo más hermoso que un amanecer agosteño?, “privilegio” que gozan los que contra toda norma, gustan de madrugar cuando sólo hace unas horas estaban de palique sentados al fresco. No sé si será porque cuando se es niño se tiende a ver las cosas de manera distinta, pero qué despertares más bonitos los de aquellas mañanas agosteñas de mi niñez. Al son de los flamencos repiques de nuestra torre, o a toque simple de misa. Y es que de mañana muy temprano se celebraba una de las Novenas que tenían lugar durante el día. ¡Qué encanto el de aquella novena matutina!, ¿por qué hubo de perderse?, mejor dicho, ¿por qué se suprimió?... ¿Dejaron de ir los fieles?, puedo dar buena fe de que no. Nada más acceder al templo, se podía ver un auténtico “parking” de carritos de la compra en la misma puerta del baptisterio. La Iglesia aún conservaba la humareda de incienso de la noche anterior. La Virgen, en inconmensurable altar, con unas cuantas de velas encendidas, no todas. Se respiraba un fervor especial, sencillo, llano, no presuntuoso, cotidiano, íntimo, familiar. Amas de casa, madres de familia que dejaban a la prole aún acostada y aprovechaban ese momento de asueto para ofrecérselo a Ella. Trabajadores a jornada completa que buscaban ese huequecito para asistir a los cultos… alguien que durante el día emprendía algún viaje… gente que asistía porque sí y punto… Personas que, encima, aguantaban los juicios sumarísimos de quienes se creían con la autoridad suficiente para ponerles en duda su devoción por no asistir a la “verdadera”, que era la de por la tarde ¡faltaría más!. Jamás logré comprender esa especie de categorías que se llegaron a establecer, como tampoco el que no se viera como una riqueza el hecho de celebrar dos novenas al día en honor de una Patrona (no todas pueden decir lo mismo). Se suprimió en 2006. Qué me gustaría que, ahora, la actual Junta de Gobierno, si no es mucho pedir, la reconsiderara.
               Si por una remota casualidad aún había alguien que no se había enterado de que eran los días de la Virgen, no faltaban repicadores y coheteros para recordarlo. Todos los días, tanto a la hora del Ángelus como a las tres de la tarde, la torre se volvía loca en un maremágnum de repiques. Había veces en que el de las doce se pisaba con el de las tres y se hacía uno sólo. Ardua tarea la del repique de entonces, se necesitaban, al menos, cuatro o cinco subidos al campanario. Ahora, con un simple botón es suficiente. En aquellos años ´80, por si no había suficiente con dos novenas al día, se celebraba también una tercera a media tarde: la de los niños, con el siempre recordado D. Rafael Infante a la cabeza. No faltaban tampoco, en este contexto, concursos de dibujo, redacción, manualidades… sí, la Patrona fue pionera en esos menesteres, como en otras muchas más cosas.

               Y por la tarde, ya casi anocheciendo, la Novena vespertina; que bien podía comparársele, la de cada día, con una Función principal de cualquier Hermandad. Revuelo de abanicos -“ris, ras”; sillas traídas de las casas que copaban los espacios sin bancos. Tres sacerdotes, al menos, con las mejores vestiduras. Más del doble de monaguillos. Los cánticos magistralmente entonados: “… de los Remedios, Madre mía…”, “…Remediadora…”, “Nos dio en Vos la Providencia …”, “Virgen Bendita, tiende tu manto …”, “Villarrasa, en ti cifró”, “…en nuestros pechos tiene su altar…”. La Virgen, centro de todas las miradas, en su altar del que sobran las palabras. E incienso… mucho incienso. Solemnidad, fastuosidad, boato… pero, no nos engañemos, con la misma validez que la de por la mañana.

               Y llegaba el 15 de agosto, aquellos quinces de agosto de mi niñez… pero ya será en una próxima entrada.

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