sábado, 19 de noviembre de 2011

La Aparición.

               El otro día, en una bonita correspondencia cibernética, comentaba con mi interlocutor el celo y redaños que nuestras abuelas ponían en defender sus costumbres y tradiciones. Y ¡cuánto cierto hay en ello!, recuerdo a la mía, que se marchó al Cielo, hablar con auténtica pasión sobre la historia de Pedro “el” de la Cruz y la “Aparición” de la Virgen de los Remedios. Todos nuestros mayores se la sabían, como se suele decir, al dedillo. Eso sí, cada cual iba introduciendo algo de su propia cosecha, bien por contaminación de otras advocaciones, bien por dar más énfasis en ese orgullo ancestral de vernos elegidos por la mano celestial como depositarios de tan peregrina Efigie.


               De tal manera que el relato ha llegado hasta hoy en múltiples variantes: Recogida por escrito, de puño y letra por Fray Felipe de Santiago, mecanografiada en 1760 (que adjunto en esta entrada), y de forma oral de generación en generación. En unas fueron dos jóvenes, en otras dos ángeles; hay quiénes llegaban a decir que la Imagen “aparecida” era de menor tamaño y la metieron dentro de la que se le da culto (cosa que se ha demostrado científicamente falsa), en otras se asegura que la Virgen llegó en un cajón con la inscripción “Aquí tienes tu Remedio”, en otras, dicha expresión salió de labios de los dos mancebos que entregaron la Imagen. Hay quien sostiene que la aparición fue a la mañana siguiente del hospedaje de los dos mancebos, que dejaron el precioso regalo y Pedro se lo encontró recién levantado de la cama; de la misma forma están los que dicen que la Virgen fue entregada al momento en que nuestro Pedro confesó las tribulaciones que estaba pasando. En algunas versiones se describe a Pedro de la Cruz como hombre pobre, en otras se asegura que fue rico. En este mismo manuscrito del mencionado fraile franciscano remonta la hechura de la Imagen al anacoreta San Simeón Estilita, anterior a la conquista musulmana. También hubo versiones que aseguran que trasladaron la Virgen a la Iglesia y al día siguiente volvió a aparecer en la tenería, incluso para asegurarse bien, la trasladaron solemnemente junto al pueblo, clero y autoridad civil, y en la plaza (plaza Vieja) quedó la cruz parroquial inmóvil impidiendo el traslado y sólo consintió cuando se construyó la ermita y hospital. Con respecto a la ubicación exacta de aquella curtiduría de pieles en donde apareció, también hay sus más y sus menos… Como podrán ver, hay donde elegir. Y eso, precisamente, es lo que le da sabor.

               Y es que la tradición oral tiene valor por ser precisamente eso, tradición oral. Constituye en sí misma un lote completo del que no podemos coger lo que más nos interesa. Otra cosa son los estudios científicos que puedan llevarse a cabo, pero, repito, la tradición oral tiene valor en sí misma, no tanto por los datos que pueda ofrecer (algún sustrato de realidad tiene que haber necesariamente), sino por su riqueza literaria y lo que supone para la cultura popular de un pueblo. Yo tengo mis hipótesis, no crean, largas charlas con el recordado D. Manuel Babío me dieron para mucho… pero eso ya será para otra entrada, pronto.

               Mientras tanto, me dejo sumergir en la historia viva (o, al menos, no se ha muerto del todo), que sigue alimentándose con el decir de nuestros mayores, y aparto datos y empirismos varios. Por eso, me gusta saborear la gélida penumbra del Rosario de luminarias de la víspera del 18 (como ha de ser siempre, en la víspera del 18) y escuchar a las abuelas decir, cinco siglos después: “vamos con antorchas como fueron la gente a ver qué ocurría “ancá” Pedro el de la Cruz”… de fondo se escuchan los campanilleros:

“Pedro de la Cruz cercado
de angustia y tribulación
logró en vuestra aparición
verse por Dios remediado.
(…)”

               Y da la sensación de que, mezclado al de los penachos de romero, me llega un aroma de piel recién curtida…


1 comentario:

  1. Hermosísima y juanramoniana conclusión de la entrada. Referente a su literalidad, recuerdo con ternura a una devota, ahora en el asilo de La Viña en La Palma, a la que estuvo a punto de darle algo y debió ser atendida, cuando a un bien intencionado abogado de Sevilla, en charlas preparatorias de Agosto en el patio de la ermita, se le ocurrió decir que aquello de la aparición puede que no fuera verdad... Y es que estas cosas...

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