domingo, 12 de septiembre de 2010

D.E.P. Dª. Alfonsa López Garfias

               Ayer, también por pura casualidad, me enteré de que ya no es; mejor dicho, ya no está. Alfonsa López Garfias se marchó hace años y hasta ayer mismo no me enteré. Se fue como a ella le gustaba, por lo menos así nos lo hacía saber cuando acababan sus vacaciones en el pueblo y marchaba a Sevilla: "qué poco me gustan las despedidas... si puedo evitarlas las evito", apostillaba cada vez que le recriminábamos el haberse ido sin despedirse. Y así lo ha hecho en su última partida. Coherente hasta el final.

               Bien podríamos estar hablando de una María Zambrano, Zenobia Camprubí, Fernán Caballero o Rosalía de Castro (por poner solo algunas). Pero no, en aquella "bendita" España de postguerra y más en un pueblo como el nuestro, no estaba la cosa como para permitirse el lujo de desarrollar las cualidades que dan el haber nacido antes de tiempo.

               Con ella se podía hablar de todo sin complejos ni vergüenzas. Recuerdo tantas noches de verano sentados en la puerta de la calle,sin darme cuenta de que aquella silla playera se conformaba como la mejor banca universitaria. Mujer libre de prejuicios, librepensante como ella sola, más zurda que diestra, de profundos sentimientos religiosos... parecerá esto último una contradicción, pero nada más lejos de la realidad, como ella mismo me decía, lo primero le venía de los segundo (ese problema de encasillamientos lo dejaremos para los losantospedrojotas varios). Amaba la libertad por encima de todas las cosas. Fue otra de las personas clave que forjaron mi personalidad.

               Escribió varios poemas, ensayos, artículos (algunos para distintas Revistas de Feria), ganadora en varias ocasiones de certámenes varios de narrativa en Sevilla. De entre sus relatos destaco "Las Rosas Blancas" y "Los Piteros"... qué lástima que no se pudieran publicar como es debido, cúanto daría yo por tener en mis manos sus apuntes, notas y cuadernos. Si algún familiar me leyera y no supiera que hacer con ellos, ya les he dado una pista.

               Recuerdo, como anécdota, cada vez que me contaba, siempre con ojos vidriosos, aquella vez que llevó a su madre, María la campanera, a los umbrales de la capilla de la Cruz del Campo. Y allí, desde su silla de ruedas, por última vez contempló, enmarcada aún entre puntas góticas con bombillas, a la Cruz por la que se desvivía en su juventud pero que, al casarse, tuvo que sacrificar por agradar en todo a su cónyuge, tal fue el grado de sumisión que, como mujer de la época, tuvo.

               Ilustro estas lineas con la bandera andaluza, pues no he conocido, ni conozco ni creo que pueda conocer a una andaluza como ella. Vivió con especial pasión aquel 28-F y cada vez que hablaba de su amada Andalucía se le encendía la mirada y se le erizaba el vello.

              ¡Hasta siempre, vecina!

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