miércoles, 12 de enero de 2011

El regajo "El Sapo"

               Acabo de llegar del campo. Pocas cosas habrá más bellas que un crepúsculo desde el solitario olivo que se erige en una de las lomas del padrón Molino de Viento, muy cerca del arroyo del Sapo. Hacia el este se divisa el -cada vez menos- blanco caserío de Villarrasa. Su torre, entre los dos palmarates del cementerio viejo, como si de unas villarraseras Justa y Rufina se trataran. Desde allí se vislumbra la torre en todo su esplendor, ni deamsiado sutil ni excesivamente chata. Sin barroquismos donde uno se pueda perder escudriñando detalles, ni excentricidades que intenten a la desesperada llamar la atención. Agradable, justa, suficiente, elegante... Podría uno tirarse horas mirándola, que nunca cansa a la vista.... Simplemente tan sencilla como perfecta. O será que yo la veo así... pudiera ser.

               A veces envidio a mi padre, agricultor de sabiduría antigua, que, seguro, será el que mejor conoce palmo a palmo el término municipal de Villarrasa. Yo no tanto. De vez en cuando me gusta sentir esa extrañeza del que acaba de llegar con algo que tenga que ver con mi pueblo, experimentar la admiración del que acaba de conocer algo suyo. Y lo experimento cada vez que visito parajes que hace ya bastantes años que no piso. Y eso es lo que me acaba de pasar hace escasas tres horas, y qué pena no haber llevado conmigo la cámara o el móvil para sacarle algunas fotos.

              Y estando en el mencionado paraje que, por otro lado, no es nada del otro mundo (aunque, ya digo, desde allí se tienen de las vistas más bellas de mi pueblo) sí que me trajo recuerdos muy intensos de mi niñez (siete u ocho años, no más) cuando, con la pandilla de mi hermano, que ya eran adolescentes, íbamos a coger renacuajos al mencionado regajo. Y allí siguen estando, como entonces, los dos enormes chopos que nos servían de referencia para alcanzar el paraje cuando, desde el antiguo campo de futbol, pretendíamos cortar camino atravesando lindazos y veredas. Ya de vuelta deshacíamos ese particular camino antes hecho al andar y en nuestras manos, el fruto de tan divertida "pesca" encerrados en botes de café soluble. No alcanzaba a comprender qué le sacábamos a aquello... o puede que sí, que le sacábamos bastante, sólo que lo comprendimos, al menos yo, mucho más tarde.

               Y se mofaban de nosotros en el instituto cuando decían que no teníamos parque... Lo único que me fastidiaba de aquello era lo cansinos y repetitivos que se ponían algunos, no otra cosa. ¿Quién quiere una maceta teniendo un jardin entero?


Foto: http://www.campanasmendoza.com/
Es la única foto que he podido encontrar del paraje, aunque visto desde el campanario de la torre.

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