lunes, 31 de enero de 2011

En el nombre de la calle...

               En casa suelen decirme, asombrados, que muchas veces me fijo en lo que nadie repara… y viceversa (que en ocasiones no me llama la atención lo que a la generalidad suele entretener). Sí, suelo reparar en detalles que otros pueden considerar nimios, ¿qué le voy a hacer?, nada malo hallo en ello. Una de esas cosas es conocer el por qué de los nombres del callejero de mi pueblo.


               Lejos, gracias a Dios, queda ya aquella nomenclatura que nos hacía asemejar a un cuartel más que a un pueblo. El coraje es que aquellos nombres no se quitaron oficialmente hasta bien entrada la democracia… incluso entrado el siglo XXI coleaba algún que otro azulejo. Sólo nombrarlos agobia: Generalísimo Franco (calle Nueva), Queipo de Llano (calle Larga), General Mola (calle Real), Comandante Haro (calle Empedrada), José Antonio Primo de Rivera (calle San José), 18 de julio (plaza Isabel II). Obviaré Alférez García Mateo, no sé, será porque fue hijo del pueblo, aunque yo le hubiera dedicado otra calle y haber dejado San Sebastián tranquilita. Ya me dirán con semejante sarta de “ilustres” personajes si no parecía que estábamos constantemente en guerra. Aunque para guerra, con su mijita de guasa, la de la calle Larga: (hagan repaso de los apellidos, motes y apodos que tengan que ver con algo belicoso que en ella habitaban)… ojalá todas las guerras fueran como esas.

              Siempre me han encantado los nombres que, a fuerza de costumbre, se han quedado grabados a fuego, fruto de la espontaneidad del pueblo a la hora de nombrar las cosas por su nombre. Son aquellos que de siempre se han llamado así, tanto que, cuando hablo con amigos de fuera y les digo el nombre de alguna calle, me suelen responder: -“anda que se han quebrado mucho la cabeza”. Tal es el caso de la calle Larga (porque es larga) o Tras Iglesia (porque está en lo que consideramos detrás de la Iglesia). Nombres de siempre, como ocurre con Piñón (porque, al parecer, había un “peñón” en la esquina con Paraíso), Iglesia (porque conduce a la Iglesia), Empedrada (porque era de las pocas que estaban empedradas). El caso más políticamente incorrecto es el del humanista, amigo de Elio Antonio de Nebrija, que da nombre a la calle donde, según el diccionario de Tomás López (1760), nació y vivió: Matamoros, último apellido de D. Alfonso García Matamoros. (Obviaré las peregrinas razones que aún muchos dan, capaces de hacer sentir vergüenza ajena a cualquiera)

               También están las calles que reciben el nombre de hechos o acontecimientos que sucedieron en ellas, aunque con anterioridad recibieran otros nombres, el pueblo las ha rebautizado con la misma espontaneidad por la importancia del acontecimiento que, en cierta medida, cambió su devenir: Aparición, porque allí sucedió la “aparición” de la Imagen de nuestra Patrona, antes se llamaba del Álamo. Virgen de los Remedios, antaño Misericordia, por la Hermandad de beneficencia y caridad que radicaba en la ermita. Otras obedecen a la misma forma, pero impuestas: San Isidro, antigua Chuzos; Isabel II, antigua plaza Vieja; Plaza de España -vulgo plaza Nueva- que en principio se llamó Altozano (en documentos de hace tres siglos “Huertas del Altozano”), y la mencionada calle Alférez García Mateo, ¡con lo bonito que es San Sebastián! (yo, mientras pueda y viva, seguiré llamándola así).

               Caso lógico es la distinción Nuevo vs Viejo: Plaza Nueva vs Plaza Vieja, lo que hace adivinar cual fue la primitiva plaza principal de Villarrasa. Lo mismo ocurre con los edificios escolares: Colegio Viejo vs Colegio Nuevo. De igual modo hubiera ocurrido de haberse construido una nueva Iglesia en el “lugar del Altozano” como proyectaron a finales del siglo XVIII, de haberse llevado a cabo, estaríamos hablando de “Iglesia Nueva” e “Iglesia Vieja”, esta última, la que actualmente existe. Puede que algún día me decida a escribir de aquella Iglesia Nueva que se quedó sólo en los papeles del Arzobispado hispalense… hay datos muy, pero que muy interesantes.

               Por otro lado están los nombres no oficiales que denominan partes del pueblo o barrios: El Prao, Pinichi, El Ventorrillo… todos sabemos dónde están, pero casi nadie es capaz de delimitarlos exactamente, porque, entre otras cosas, no sólo nombran lugares físicos concretos, sino a algo mucho más profundo: la idiosincrasia de su gente, su historia, sus sentimientos… por eso me resulta tan chocante que se oficialicen sus nombres en lugares concretos. No me gustaría que “El Prao” acabara reducido al nombre de una placita de nueva construcción y que las generaciones futuras sólo lo conocieran por eso.

               Para terminar, una sugerencia (bueno, varias): Observo con alegría cómo mi pueblo crece. Esta alegría se acrecienta, fachadas color natilla y chocolate aparte, cuando me doy cuenta de que su crecimiento no obedece a una vorágine constructora tan feroz como la de los años pre-crisis (yo diría pro-crisis). Se han abierto nuevas calles, entre las que distingo la que va desde la calle Aparición hasta el paseo de los Estudiantes y su perpendicular que desemboca en Gazapa. Se me antoja buena oportunidad para rendir homenaje a dos personas que desarrollaron su labor de forma ejemplar en campos tan distintos como igualmente beneficiosos para la colectividad de Villarrasa, ambos murieron en pleno acto de servicio, dieron su vida por los demás hasta el último segundo: Alcalde José María Boza Benavente y Párroco José González Ramírez. De igual modo se está adecentando ese apéndice paralelo a la calle Nueva y perpendicular a la calle Pinta, hora va siendo de dedicar una calle a un docente hijo de Villarrasa y que también nos dejó en pleno acto de servicio, todos los alumnos lloramos su ausencia y recordamos su carisma, y qué mejor lugar que junto al antiguo Colegio donde desarrolló su labor: Maestro Luís Domínguez.
Nunca es mal momento para desear buen año... en este video se ven algunos rincones de Villarrasa. Espero que su dueño no se moleste por que lo haya puesto aquí... espero que no.


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