miércoles, 22 de junio de 2011

Palillos.

               Nunca he entendido por qué una Tartiflette o un Choucroute son considerados de mayor rango culinario que una tortilla de patatas o un potaje de chícharos... A veces, términos como elegancia y distinción son tan esquivos y traicioneros... Cuando nos ponemos a jugar con las palabras de forma artificiosa queriendo dotar de importancia a aquello que no tiene la más mínima y, encima, sin la más mínima actitud crítica las hacemos propias por convención, se pueden dar situaciones, a veces, demasiado ridículas. Al respecto recomiendo dos deliciosos artículos: "Modernos y elegantes" de Julio llamazares y "¡Escarne!" de José Antonio Millán. Si eso, algún día que me coja con ganas de copiar, los subo al blog.

               Tres cuartos de lo mismo pasa con los instrumentos. La pandereta, ese artilugio tan denostado ("esta España de charanga y pandereta") sólo porque el gran Machado la utilizó simbólicamente para denunciar la inanición de aquella España que se debatía entre llantos y bostezos. ¿Acaso los palillos, eso con lo que acompañamos nuestros cantos populares en nuestras fiestas y romerías, son indignos de formar parte de una orquesta sinfónica junto al violín, contrabajo, arpa o timbales? A la vista está que no:



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